domingo, 6 de noviembre de 2016

Roberto Huezo





Un salvadoreño de edad madura, de altura y complexión mediana, más bien delgado, de carácter apacible y reservado, pero sobre todo sumamente empeñoso y trabajador, era la descripción más frecuente que daban los vecinos al ser preguntados por don Manuel Huezo, nacido y registrado en la capital del país. Vale agregar que era ebanista por vocación, profesión y gusto, y vivía en la década de los años cuarenta del siglo pasado entre el Barrio Santa Anita y luego en la calle de Cementerio, una de las calles aledañas a la iglesia del Calvario, casado con Eva Galdámez, madre de cuatro hijos, Rina Berta, Manuel Roberto (el artista motivo de estas líneas biográficas), Maximiliano Guillermo y Francisca Antonia. Viudo de un matrimonio anterior en el que habían nacido también cuatro hijos, don Manuel Huezo decidió integrar la nueva familia. La casa posiblemente resultaba pequeña y modesta para un grupo familiar de dos adultos y ocho hijos, sobre todo si se considera que además en ella funcionaba el taller de ebanistería, con varias máquinas viejísimas y algunos instrumentos más modernos, y todo lleno de ruido, el olor a viruta y aserrín. Y el olor a cedro, a laurel y la caoba, maderas preciosas.
Se sabe que algunos antepasados de don Manuel Huezo eran catalanes llegados a Santiago de los Caballeros de Guatemala a mediados del siglo XVIII, con el propósito principal de aprovechar la abundante producción de maderas finas en el territorio del reino, y dedicarse a la creación de muebles artísticos, mesas y sillas, escritorios, tocadores y biombos, pianos y pianolas, santos de bulto y diligencias para transporte. Practicando su antiguo oficio que bien conocían, obteniendo productos artesanales casi siempre destinados a las familias de mayor capacidad económica de la ciudad de Guatemala y de otras capitales de provincia. Sin duda, con ellos dio inicio una larga tradición familiar de ebanistería, transmitida de generación en generación, surgida en Guatemala y después acogida y desarrollada en San Salvador.
Vivió por esos tiempos en la Antigua Guatemala el notable artesano, de nombre Bernardo Bueso, ocupado ante todo en la construcción de casas de habitación, pues era alarife (Arquitecto) formado en Cataluña. También era un diestro ebanista, exponente de la tradición catalana de diseñar los muebles finos a partir de las medidas personales del cliente, a la manera de un traje que elabora un sastre. Según documentación consultada en el Archivo General de Centroamérica, Bernardo Bueso en su cargo como Teniente de Alguacil Mayor en el área prestó servicios como asistente de juez de añil en “La Bermuda”. En algunos documentos de juicios consta que impuso multas a hacendados añileros que empleaban a indígenas. Esas decisiones provocaron rencores y enconos que lo obligaron a trasladarse a San Salvador, en donde reinició su trabajo de ebanista.
Esa larga tradición de artesanos del mueble fino iniciada en América por Bernardo Bueso, volvió a aparecer en la familia Huezo en el siglo XIX, cuando el primer Manuel (“Papajito”), el abuelo, de apellidos Salinas y de oficio tornero, daba servicio a las carpinterías de la ciudad y decidió iniciar su propia producción de muebles en la década de los años veinte. Junto a sus hermanos, don Victoriano Salinas y Apolonio Salinas ambos carpinteros desarrollaron un estilo único de trabajo en El Salvador. La continuó en el siglo XX, en los años treinta el segundo Manuel, mencionado en el inicio de estas notas, en la casa y taller familiar de Santa Anita y del barrio El Calvario.
Allí recibió Roberto Huezo su primera educación artística, quizá incipiente pero fundamental, en el ámbito en donde se creaban bienes muebles para hogares y oficinas, según una tradición que ya duraba cerca de doscientos años.
La historia del taller de ebanistería de la familia Huezo en San Salvador incluye datos proporcionados a Roberto por su abuelo, como el relativo a la forma en que familia y taller sortearon las dificultades de la crisis económica y social de los años veinte, fabricando asientos y el cuerpo general hizo los muebles, a los chasises los buses de pasajeros, con maderas duras y lámina, para Don Bartolomé Poma. Era la crisis de los años 20.
Conviene agregar aquí que el segundo Manuel Huezo estudió en la Escuela Nacional de Artes Gráficas, donde aprendió los oficios de dibujante y escultor, cuyos principios básicos transmitiría después a su hijo Roberto. Don Manuel compañero, de don José María Duran, y algunos otros jóvenes, quien también construyó casas, sin ser ingeniero, y egresados de la rigurosa Escuela dirigida por Carlos Alberto Imery.
En el taller continuaba sin pausa el desarrollo de las actividades de ebanistería, tapicería y pintura de los bienes muebles, considerados así según una frase de André Malraux: “los muebles de ebanistería son verdaderos bienes culturales”, que Manuel Huezo convertiría en su desiderata y designatum para toda su vida de ebanista.

















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